miércoles, septiembre 19, 2007

El sol siempre presente


Mi esposo y yo fuimos a pasar unos días a Cartagena. El cielo nublado y la lluvia nos acompañaron buena parte de nuestro recorrido por la HeroicaHeroica por aquello de la resistencia de los patriotas –como diría mi esposo-. Muchos de ellos héroes. Ahora, quizás, ya no hay héroes. Los héroes son cosas del pasado como la Inquisición y las brujas. ¡Menos mal! Tales fenómenos se prestan a confusión dígase lo que se diga: que la contrastación empírica de Karl Popper, que la medicina basada en evidencia y tantos otros bla,bla, bla... nada le quita el oscurantismo a tales situaciones. Si algo de ello se llegara a presentar perdería la Humanidad entera, pero no hay de qué preocuparse pues eso nunca volverá a suceder... Los hombres ya aprendimos, ¿no es verdad?

Pero qué importa un cielo encapotado si el agua del mar está tibia y abriga no sólo el cuerpo sino también el espíritu. ¡Cómo gocé del mar! Y lo mejor de todo encontrarse con unas playas extraordinariamente tranquilas ¡Casi parecían privadas! Apropiadas para meditaciones de cal y canto. ¡Cómo me gusta el blanco! Meditaciones que hacen resonar en mi mente estas palabras: No es un anunciador del futuro todo hombre que ha sufrido. Claro que Bachelard (El derecho de soñar. FCE. 1998. Pág. 54) enuncia tales palabras para referirse al Sufrimiento, a Edipo, quien experimenta la Fatalidad desde antes de nacer –¡Qué predicciones!- hasta llegar a la ceguera. Quizás, entonces se sintió redimido pues ¿Acaso no dice a los ancianos de Colono: “Soy ciego es cierto, pero mis palabras no lo serán” (Pág. 54) Mas cabría preguntarse: ¿Qué tipo de Fatalidad es esa que transforma un invidente en vidente? Quizás sea una Fortuna; al menos los seres básicamente espirituales lo podrían percibir así...

Y maría mulata, esa ave como esculpida en carbón, se paseaba oronda de aquí para allá como una dueña de casa. Y bien que lo es. Basta mirar la escultura que le hicieron para saberlo. María mulata es una sugestiva presencia que no estampa sus huellas ni siquiera en la arena blanca. Y yo la miraba atenta pero ella me ignoraba como si yo fuera invisible. ¿Acaso lo soy?

Mi esposo y yo caminando bajo la lluvia. Mi esposo y yo conociendo la Catedral y el Templo de Santo Domingo y reconociendo la Iglesia de San Pedro Claver; estuvimos allí hace más veinte años por primera vez. Allí, presenciamos por unos instantes los preparativos para una boda muy poco concurrida como lo pudimos ver de soslayo al salir del Museo de San Pedro Claver momentos después. Mi esposo y yo caminando por las estrechas calles de la Ciudad Antigua. La Ciudad amurallada, llena de balcones románticos, enredaderas y encantos. ¡Qué placentera caminata! Si hasta se respiraba felicidad bajo la lluvia.

Tantas situaciones gratas pero echamos de menos el sol. El sol no brilló vigoroso para nosotros en Cartagena y hasta lloré su ausencia, pero luego me avergoncé. El llanto se convirtió en una sonrisa de agradecimiento al repetir estos versos:

Sale el sol por un lado del cielo
y da una vuelta hasta llegar al otro
sin que nada pueda huir de su calor
(Salmo 19 (18))

Y sentí que de alguna forma el sol no dejó de acompañarme un solo instante. Y me dije: ¡Alégrate!. Mira los palomitos en tu ventana. Son una alabanza a la vida. Ya casi pueden volar y pronto partirán sin siquiera un adiós...