sábado, junio 30, 2007

El Silencio de Dios

Y Valentina nació el 27 de junio de 2oo7. Mientras esperaba noticias de su nacimiento, me la imaginaba inmersa en el silencio blanco, ese que se produce justo antes de que un recién nacido lance al mundo su primer grito vigoroso.

Pensar en Valentina, una niña aún sin rostro para mí, y pensar en el silencio, que como una sombra me acompaña, me hizo retornar a los inicios del año 2005. Ahí el dolor, ahí lo incomprensible... Y fue en ese año en que me hice invisible al mundo, pues desde entonces habito mi casa de caracol. Aunque debo decir que el mundo de los hombres me fue haciendo invisible desde muchísimo antes sin que yo me diera cuenta...

Y el gran oscuro, que habita en un castillo moderno, sacude en un gesto de emperador romano, el sonajero de serpiente de caracol y la funesta maquinaria se pone en movimiento como en mi relato Mutaciones. Cada ente malévolo en el lugar indicado para el ataque como en el cuento Continuidad en los parques de Cortázar. Y el sonajero del gran oscuro puede lograr que se reescriba la biografía de una persona -¿No es eso lo que hace la historia? Contar los aconteceres desde la visión del poderoso.- Y así me hicieron invisible. ¿No es la invisibilidad una forma de estigma?

Gracias a Valentina abrí las puertas de mi casa de caracol, y fuimos con David, mi esposo, a conocerla. Valentina es una bebé pequeñita que pesa sólo 2.500 gramos. Y esa bebé pequeñita con su silencio me habló de la inocencia y también de la fragilidad del ser humano. Verla me hizo recordar una frase de Max Picard, que dice: "El niño es como una pequeña colina de silencio". Y pensé para mí: Valentina pequeña colina de silencio transparente, -pues para mí no sólo eres una pequeña colina de silencio, sino que eres un silencio transparente. Y empecé a quererte inadvertidamente mientras tu dormías confiada a la bondad de Martha y David, tus padres.

El silencio transparente de Valentina me hizo caer en cuenta que desde el año 2005, en que empecé a habitar mi casa de caracol, no he hecho otra cosa que recorrer el sendero del silencio. Este recorrido, debo decirlo, ha sido como caminar por un planeta desconocido: sin letreos que guíen, sin rastros de civilización humana, sin otro ser humano que te tienda la mano; una aridez completa. Pero, de pronto, cuando crees que estás a punto de sucumbir, el paisaje deja de ser desolado porque de pronto sientes en los más recóndito de tu ser, que Dios habita el Silencio y está contigo... Y allí, la sonrisa inocente de Valentina.