viernes, junio 15, 2007

Y pereció en la hoguera del olvido...

Hace ya cuatro años que publiqué -después de innumerables tropiezos- mi libro A veces Violeta que por cierto llevaba varios años escrito y que lo seguía enriqueciendo en cada lectura que realizaba. Lo publiqué con imágenes, con una serie de detalles tipográficos que no podré reproducir del todo, pero el texto que nos habla de esa maquinaria feroz en que se ha convertido el mundo está completo.

Ese libro, como todos mis escritos, ha quedado archivado en la nube del olvido, como si hubiera sido prohibido por la Santa Inquisición, como si estuviéramos en la Edad Media. Pero no sólo mis textos han perecido en la hoguera, yo también he perecido... Vivo aislada del mundo -no por voluntad propia debo decirlo- como si un violento remolino se hubiera devorado todo lo bueno que he ido construyendo a través de la vida, como si un remolino -los remolinos son peligrosos; se debe desconfiar de ellos. Te sonríen, se muestran amables y de pronto sas te lanzan el manotazo de viento enfurecido- se hubiera tragado casi a todos los seres que he amado. Por fortuna aún hay quien me mira a los ojos con cariño.

Vivir aislada no ha sido malo en absoluto. Como dice el refrán "No hay mal que por bien no venga". Sólo se requiere un poco de creatividad para que el día haya merecido la pena vivirlo. La imaginación me ha permitido descubrir la Soledad y el Silencio y me siento tremendamente enriquecida de otras maneras... Sonrío con sana alegría al pensar que cuando hay fuerza en el espíritu es imposible no seguir creciendo como ser humano aunque hayan remolinos. Y existo confiada en las manos de Dios y todo fluye suavemente como Él quiere...

Y aquí mi comentado relato... Ojalá disfruten leyéndolo como yo disfrute escribiéndolo cuando aún en la superficie de mi mente creía en la inocencia del mundo pese a la advertencia de Cristina Peri Rossi que dice que nada es inocente en el mundo. Claro que algo de esa falta de inocencia debía intuir por lo que narro en el texto...





Mutaciones

La gigantesca maquinaria de voces infinitas: shiss, shass, ssshhiiiiiiiissssss... es un espejismo de fantásticos matices que atrae a los paseantes como la luz a las mariposas. Así atrajo a María José. Mujer capaz de traspasar las fronteras cotidianas, de habitar los espacios invisibles, de reflejarse en el mundo de los muertos y de vestirse en colores de arco iris. Solía aguzar los sentidos como una rana a la espera de insectos, con la mirada quieta como queriendo atrapar la esencia de la vida, la esencia de la risa, o tal vez la esencia de un día lluvioso. Mas ahora, tan sólo es una pieza, una piececilla, tal vez una tuerca o algo menos que una tuerca en el vertiginoso ritmo de lo prescrito: shiss, shass, shiss, shhaaaasssss... Implacable, la máquina enuncia su mensaje, que no es palabra sino condenación, porque la palabra es agua que canta, sangre que alimenta el espíritu... Pobre María José.

Pobre María José...
Como quien se abre paso a la vida se fue acercando inadvertidamente a las ondas de atracción de la Suprema Mole; magnetismo y repulsión al mismo tiempo. Deslumbrante falacia que acecha la vida o peor aún, el espíritu: ¿cómo permitir que el hombre mantenga su plástica vitalidad, que amase la vida con sangre y alegría, con sudor y temblor, con violeta, rojo, amarillo, o tal vez miedo, si con ello se afecta su sempiterno y pesado movimiento? Hombres capaces de mirar el mundo al derecho y al revés, de olvidar el reloj, de mirar con el tacto, de oír con la piel, de cortarse una oreja ¡maravilloso Van Gogh!, de ser y no ser, de volar por la vida cual mariposa luz. Simplemente, la Mole no lo puede aceptar ¡y tiene tantos protectores!

¡Y tiene tantos protectores! Nada más y nada menos que las numerosas máquinas que laboran de día y de noche, aquí y allá. Y María José con su fragilidad de mariposa blanca afectó, casi sin querer, el grave movimiento de los mastodontes de metal en acción –y pensar que los mastodontes son invisibles-. María José les puso una nota discordante: chirriar de metales que giran sin gota de aceite. Reacción instantánea de los protectores ¿Cómo no defender la Mole si al hacerlo se defienden ellos mismos? ¡Ellos son la Mole!. Y la Mole tiene tantas piececillas. Así tengan un enorme tamaño: son sólo piececillas que alimentan el sistema con su carne de metal...

Carne de metal... Insensata fatalidad que transforma al hombre en un muñeco hueco, hueco por dentro. Muñecos de plástico con ojos estáticamente irisados, en bellos tonos azules, verdes, que hacen pensar las violetas como una mancha muerta en un día de primavera. Shiss, shass. Shiss, shass... Estridencia que anuncia el fin de una vida y cubre el cuerpo pesado con su sonoridad de muerte oxidada ¡cuánto metal en movimiento! Shiss, shass, shiss, shaaaaaassssssssssss ¡Cuánto metal en movimiento!

¡Cuánto metal en movimiento! Y María José intentaba conservar la esencia de su ser, luchaba por un poco de aires de libertad, pese a que sabía -de oídas- que la Mole lo abarca todo, que transforma la sangre en aceite y la carne en metal. Mas también sabía -de oídas- que para algunos el sendero de las flores se abría. En algún punto del colosal monstruo hay una puerta; mira tú, si la puedes encontrar. María José no fue capaz.

María José no fue capaz; algo le falló, algo le faltó, pese a sus radares sensitivos... Lo primero era intuir la puerta en el espacio, y ella se entregó a la búsqueda con la fuerza del espíritu que habita el silencio de jazmines junto al corazón de los robles; pero algo le falló, algo le faltó. Quizás la poca fortuna, un descuido y shaasss cayó en el descomunal montaje; poderío que acaso alguna vez fracase en su misión de extinguir el meollo de lo humano. Y es precisamente esa remota posibilidad de un desacierto la que tiñe su necrófila labor con el placer del desafío ¿Mas no es el desacierto tan sólo un juego de luces? ¿No sucede que si algún individuo impregnado de idealismo no se deja “formar”, la Mole, impetuosa, lo arroja al vacío?... A esa gélida negrura capaz de diluir su inoportuna presencia en un instante, o peor aún, de desgastar su espíritu lenta, dolorosamente -a la manera en que se le exprime la vida a Juan o Rosita en una abstrusa celda de aquí, de allí o de más allá; mas todos sonríen... “todo está bien”, suelen decir- hasta lograr la más absoluta esterilidad. Yermo, yermo hasta la eternidad de la frágil vida. Fragmentos de espejo formando un enigma: el ser escindido, paisaje quebrado, los miembros dispersos en la tierra salvaje y un pum-pas pum-pas, pum-pas en la piel callada de un corazón.

Ya no suena el pum-pas, pum-pas, pum-pas en la piel callada de un corazón: cayó “otra Rosita”, o... ¿era “otro Juan” ? ¡qué más da!... Y entonces se escucha el gutural abismo de la Mole. Que otro ser se convierta en una piececilla no deja de ser un triunfo. Todos los miembros de la Mole lo agradecen; incluso la “otra Rosita” o el “otro Juan” se sienten como aliviados; cansados, acabados por la incesante acción de la maquinaria ya nada les importa. Y es que ¡el ostracismo en el hueco de la nada es tan doloroso!, al menos María José ya no lo tiene que soportar... Quizá, ahora, es incluso feliz con la nueva “forma” que le dio la Mole. Tal vez, ya ni siquiera recuerda el suplicio que tuvo que pasar. Fue como si le arrancaran la piel. Así pasa con todos. Pronto olvidan su quebrada rebeldía. Acaso se pregunten por el sendero de las flores: la puerta sin puerta que abre un abanico de posibilidades. Existe, no existe, quién sabe si existe... Y ahora ¡míralos! En manso movimiento, casi agradecidos, como entumecidos. ¡Pardo tropismo del alma!

¡Pardo tropismo del alma!
Lo necesita la Mole. Por ello se ensañó con María José; su alma de gaviota, alma de sol, resultaba difícil de “moldear” ¡Cómo se resistía al simétrico quehacer! La Mole tuvo que usar sus más drásticas estrategias: centrípeto girar, centrífugo tornear, movimiento en espiral ¡sevicia de plomo! Y aún así, María José no encajaba del todo bien en la adversa concavidad; producía lastimeros roces. Sólo un ápice más grande de lo conveniente a su mella y estorbaba el fluido acontecer del gigantesco ente; mas su tozuda acción al fin logró adecuarla. Ahora funciona perfectamente y es mirada sin recelo, con blando agrado. ¿No se miran así a las piececillas perfectamente ajustadas? Forma complaciente, tuerca color de lo impersonal; ciertamente María José... ¡no existe!

Ciertamente ¡María José no existe! Es tan sólo un minúsculo aporte al pesado movimiento; pieza neutra, una más en el número infinito de la Mole. Fatídico desenlace ante el cual me surgen preguntas y preguntas -ahora que aún tengo vitalidad-; preguntas o preguntitas, preguntas acaso sin respuesta ... Shiss, shass y continúa el gravoso movimiento. Shiss, shass, shiss, shaaaasssssssssss...

Shiss, shaaaaassssssss... ¿Acaso hay respuestas? Al menos eso quisiera saber. Shiss, shaaaaassssssssss... Al menos eso... quissiiieeeeerrrraaaaaaaa saaabbeerrrrrrrr... ¡shiss!