lunes, julio 09, 2007

Leyendo a Chu Chuang Yi

Mi hijo David me regaló, hace ya más de quince años, "El bosque de los bambues", un libro de poemas chinos, editado por Trilce Editores. Él sabía de mi amor por la poesía, por la escritura, por la literatura. Hoy, he encontrado el libro en un viejo anaquel. Lo abro al azar y aparece el poema "Té" de Chu Chuang Yi de la Dinastia Tang. Imagino el poema escrito en un pergamino o tal vez en un precioso papel de arroz. Lo imagino en caracteres chinos; en tinta china negra, por supuesto.

"Té" es una versión traducida, en primera instancia por el poeta norteamericano Kenneth Rexroth, según lo afirma Guillermo Martínez González en la versión en español; es decir, es un poema doblemente degradado: del chino al inglés, y luego, del inglés al español. Bien sabido es que el material del que están hechos los poemas es el lenguaje, y si se cambia dos veces el material en el cual fueron creados los versos, pues son doblemente degradados pese al indudable esfuerzo de los traductores. Lo afortunado de la situación es que conservan fuerza expresiva, de ahí el valor de la traducción pese a sus limitaciones. Me pregunto cuáles serán las diferencias en el ritmo, la forma, las imágenes; no puedo evitar imaginar su belleza original.

El poema dice:
A mediodía el sol se vuelve insoportable.
Los pájaros detienen el vuelo
Y van a descansar agotados.
Sientáte aquí en la sombra del gran árbol.
Quítate el caluroso saco de lana.
Las pocas nubes que flotan arriba
Nada harán para cambiar el calor.
Pondré algo de té para hervir
Y cocinaré algunas verduras.
Es buena cosa que no vivas lejos.
Podrás seguir el camino cuando se oculte el sol.

Imagino los pájaros en las ramas. Experimento un calor sofocante.
Imagino que Chu Chuang Yi está con un amigo que acaba de llegar.
Veo al amigo con un suéter de lana.
Imagino un cielo casi enteramente azul.
Veo unos asientos debajo de un gran árbol.
Imagino el té verde tradicional en China y las verduras. Escucho el agua que hierve.
Percibo la camaradería de los hombres que gozarán de su mutua compañía hasta que el sol se esconda en el horizonte, y siento la eternidad del instante, la fugacidad de la vida y la pequeñez de los hombres, así sean todopoderosos en el sueño de esta vida.

El poema ha sido para mí una postal vivencial que me ha hecho añorar la compañía de mi hijo David. Tan lejano ahora, y a la vez tan cercano; lo llevo en la piel del alma, como mi madre me lleva a mí. Hay amores que burlan la muerte. ¿No es verdad mamá?, digo, y mamá me sonríe...