sábado, agosto 25, 2007

Como una paloma

Una pareja de palomas preparan el nido -Me pregunto si el masculino de paloma es palomo; tengo dudas pero igual lo uso-. Yo los contemplo con el respeto de quien atiende a un importante ritual: silencio profundo, actitud recogida, mirada atenta, corazón supendido y respeto de alhelíes.

La paloma espera sobre uno de los materos que tengo en el salidizo de la ventana de mi alcoba; lo escogió tras muchos ires y venires la semana pasada. El palomo con gran diligencia vuela y regresa con una ramita en el pico que deja a un lado del matero. La paloma lo coloca amorosamente mientras mientras el palomo desaparece en el aire. Poco después regresa con otra ramita... Así continúa el ritual de volar y colocar hasta que la obra maestra está lista. La paloma se instala en el flamante nido y el palomo se esfuma; acaso se confunde con la nube de los sueños...

Cuando vuelvo a pasar por la ventana, veo que la paloma no está y aprovecho para observar el nido: Les quedó precioso, digo, en voz alta como si alguien me escuchara -Quizás me escuchan las sombras de los hombres que un día habitaban estos mismos espacios que por ahora me pertenecen- Y cómo no les iba a quedar hermoso si lo hicieron como un acto de amor, como un acto vital: crearon el espacio que acogerá su descendencia.

Me pregunto: ¿Cómo se podría lograr que cada uno de nuestros actos fuera un acto vital de amor y plena humanidad? Se me ocurre que es menester no tener categorías en el abanico de actividades que cada quien puede realizar. En concordancia con esta idea sería tan importante cuidar las matas como escribir un texto, limpiar la casa como presentar una ponencia ante un auditorio exigente. Pero ¿en qué sentido digo que son igualmente importantes? Son igualmente importantes en su potencialidad para alimentar la transformación interior. Me explico: si el acto que realizo de cocinar, por ejemplo, lo realizo con todo mi ser -cuerpo y alma en armónico movimiento preparan amorosamente la comida que alimentara a quienes amo- estaré simultáneamente produciendo una transformación en mi humanidad. De manera semejante, si doy una conferencia que es producto de una intensa búsqueda personal, de gran reflexión; una conferencia resultante de todo un proceso cognoscitivo y la presento como una forma de servicio y apertura hacia los otros y no por lucirme y obtener ventajas personales -aunque estas se produzcan de manera ineluctable; semejante conferencia será tan especial que tendrá que ser muy bien acogida- tiene que producirse, sin lugar a dudas, una transformación interior que deja unas huellas profundas en el ser humano.

Actos humanos realizados de tal manera tienen que estremecer cada fibra del cuerpo humano y tejer con hilos invisibles un espíritu capaz de enfrentar sabiamente el momento más crucial de la existencia: la muerte. De todo lo expresado, de algún modo, se desprende que la persona no se enriquece o envilece por lo que el mundo diga de ella sino por los actos reales de humanidad y amor que ha realizado a lo largo de su existencia.

Al levantar la vista, desde la ventana de mi estudio, veo a la paloma en el acto vital de empollar los huevos que harán surgir la vida sin importar lo que el mundo pueda opinar al respecto. Así me gustaría ser: hacer lo amorosamente vital sin considerar otra opinión que la del Cielo... Miro al infinito y aunque el día está lluvioso, sonrío.