sábado, septiembre 01, 2007

Como la hierba




En 1989 publiqué el libro de poemas Sueños tejidos por el tiempo. Diría, hoy, que es un libro ingenuo por la ignorancia que, en ese entonces, tenía en torno al quehacer poético. Como diría mi abuela Mercedes Antezana, a quien nunca conocí, pero que intuyo podría haber dicho estas palabras: “La ignorancia es atrevida”. Por esa época, descubrí que podía expresarme por escrito y me pareció lo máximo. Simplemente me sentía una escritora. Poco a poco, he ido comprendiendo mi osadía. Pero igual amo ese libro porque marca un momento importante en mi vida: el encuentro con la escritura como misterioso sendero cognoscitivo. Y aún escribo en el blog como dejando mis huellas en una playa. Más tardo en escribir que el agua vigorosa en llevarse mis palabras pero tengo la certeza interior de que las huellas invisibles de mis palabras quedan por siempre impresas en algún lugar del cosmos. Por eso me seguiré deslizando al maravilloso mundo de las palabras mientras Dios me lo permita.

Y volviendo a Sueños tejidos por el tiempo debo decir que muchas veces he sentido el deseo de reescribir uno que otro poema de ese libro, sólo por el placer de experimentar. Después de haber cursado una maestría en literatura, y de haber escrito muchos textos. --Cierto que fueron quemados por la inquisición del olvido, pero igual para mí implicaron un crecimiento espiritual-- debería poder transformar sin destruir.

Veamos como resulta el experimento:


La liviandad de un cuadro


Las ardientes formas
que danzan en el aire,
acarician la parda bóveda
de la antigua chimenea.
La quejumbrosa lluvia
que insistente golpea,
los sombríos tejados
y los árboles entumecidos
por el hálito del invierno.
La soledad agazapada
que se mueve abierta y sigilosa
por esa morada,
llena de historias y fantasmas.
La mujer por cuyo cuerpo
ha pasado el tiempo,
escribiendo en sus carnes
una leyenda de amores,
risas, llantos y decepciones
que con porfía fue borrando
su esbelta hermosura,
dejándole en su ser
grabado el sin sentido de la vida.
Y la ruana tejida
por manos amigas
que la abraza con ternura,
como queriendo darle
calor al alma,
están pintados en un ignorado cuadro
que cuelga
en una pared cualquiera.

El desafío, creo yo, radica en recrear este poema; es decir, debe ser el mismo poema, pero mejor logrado. Claro que si como dice Johannes Pfeiffer, La poesía es el “Arte que se manifiesta por la palabra”, se podría hablar de otro poema. En fin veamos que surge:


La liviandad de un cuadro

Las ardientes formas
que danzan en el aire
azul, rojo, naranja trashumante
acarician la parda bóveda
de la antigua chimenea.
Y en la blanca pared: un cuadro.

La soledad agazapada
como un fantasma sigiloso
recorre las mudas horas
de azules nieblas y quebrantos.
Y en la blanca pared: un cuadro.

En el cuadro
una mujer hecha de barro y tiempo.
En su piel de mujer
las huellas de su esbelta hermosura
forman meandros de risas, amores y quebrantos.
Y en un relieve circular
la pregunta por el sentido de la vida.
Hace frío.
La ruana tejida por manos amigas
la abraza con ternura
como queriendo darle
calor al alma.
Tal vez lo logré.
Si no lo hace
al menos
la protege
de la quejumbrosa lluvia.
La lluvia que insistente golpea
los sombríos tejados
y los árboles entumecidos
por el hálito del invierno.

Y en la blanca pared: un cuadro
Cae una gota de lluvia.
¿No es tal vez una lágrima perdida?


Uno podría preguntarse qué distancia media entre las dos expresiones del poema. No lo sé, excepto que transcurrieron veinte años desde que escribí la primera versión del poema. ¡Cómo pasa el tiempo! Eso me recuerda el Salmo 89 que al hablar de los hombres dice:

Son como la hierba, que brota
y florece a la mañana,
pero a la tarde se marchita y
muere.


Y digo para mí: yo ya he alcanzado la tarde. Y sonrió...